FICHA TÉCNICA
Título original: Unforgiven. (Sin Perdón)
Año: 1992.
Duración: 127'.
País: Estados Unidos.
GLOBOS DE ORO 1993
- Mejor película - Drama Candidato
- Mejor director Ganador
PREMIOS BAFTA 1992
- Mejor película Candidato
- Mejor director Candidato
- Mejor película Ganador
- Mejor director Ganador
- Mejor actor Candidato
SINOPSIS:
Western crepuscular tan notable como que revitalizó por los años 90 al casi por entonces vetusto género madre del cine americano. Clint hizo un magistral título que se convertiría en clásico en los años posteriores, y él como actor compone a un personaje casi borgeano que recuerda todo el tiempo al "Rosendo Juárez" de "Hombre de la esquina rosada", tanto por su situación como por reencontrarse con su destino fatal. Ganó oscar a mejor filme y las actuaciones son todas excepcionales. Memorable.(1)
William Munny (Clint Eastwood) es un tranquilo y viudo porquero que vive con sus dos pequeños hijos en una aislada granja.
Estupendo western de Clint Eastwood que intenta con éxito desarrollar una mirada revisionista, desmitificadora, sombría, lírica y antimaniquea sobre los mitos y héroes del antiguo oeste americano.
Establece también una autoparodia sobre su propia personalidad cinematográfica dentro del género y una riqueza temática sobre múltiples asuntos morales y sociales como la redención personal, el valor de la vida y la muerte o el progreso sensible y emocional del individuo.
Dedicado a sus maestros Sergio Leone y Don Siegel y adaptando un antiguo guión de David Webb Peoples, Eastwood realiza uno de sus trabajos más destacados (junto a "Bird"). "Sin Perdón" es un título compactado de forma excelente, que además de la influencia de sus principales mentores cinematográficos anteriormente citados, aporta la clásica sensibilidad fílmica en muchos aspectos del proceder de varios de los más grandes directores del séptimo arte como John Ford, Anthony Mann o Howard Hawks, en la templada modulación de personajes y ambientes, utilización del paisaje, recia capacidad narrativa o retrato de universos hombrunos. (2)
‘Sin perdón’ (‘Unforgiven’, Clint Eastwood, 1992) fue la película que abrió los ojos a mucha gente que no veía en Eastwood ni un buen director ni un buen actor. A partir de ese instante, sobre todo por los cuatro Oscars que recibió el film, los fans del actor director se multiplicaron, algo que siguió en aumento con su posterior éxito con ‘Million Dollar Baby’ (id, Clint Eastwood, 2004). A pesar de la adoración que todo el mundo parece sentir por un genio indiscutible, siempre me pareció un poco injusto que ese reconocimiento popular llegase tarde. Me explico, aunque ‘Sin perdón’ ya data de hace casi 20 años y la trayectoria posterior del director haya sido inmejorable, lo cierto es que antes de su western más famoso como director, hay otros 20 años en los que Eastwood dirigió algunas de sus mejores películas.
Por eso mi relación con ‘Sin perdón’ es de amor/odio. Lo primero es lo que trataré de explicar en este texto, y lo segundo porque aún a día de hoy, muchos siguen empeñados —quien sabe si por ignorancia, lo cual no tiene nada de malo, o por necedad, lo cual sí— no ya en reconocer que Eastwood era un gran director con anterioridad, sino en desconocer por completo su obra mientras dirigen alabanzas hacia su trabajo. Voy a hacer una comparativa con el fútbol que nunca pensé que haría —entre otras cosas porque no me gusta el mencionado deporte—: hace ya mucho tiempo, un poco más allá de la realización de ‘Sin perdón’, cierto equipo gallego que estaba en segunda ascendió a primera división. Aparecieron socios, que hasta aquel momento admiraban a otros equipos, hasta de debajo de las piedras.
La maduración de un proyecto
A mediados de los años 70 un guionista poco conocido por aquel entonces, David Webb Peoples —años más tarde conocido por el guión de ‘Blade Runner’ (id, Ridley Scott, 1982)—, escribió el guión de ‘Sin perdón’ influenciado sobre todo por el visionado de una de las obras maestras de Martin Scorsese, ‘Taxi Driver’ (id, 1976) y por la lectura de la novela ‘The Shootist’, obra de Glendon Swarthout, que conocería una adaptación de la mano de Don Siegel protagonizada por John Wayne, ‘El último pistolero’ (‘The Shootist’, 1976). Hay que apuntar que dicho film guarda no pocos parecidos con el que nos ocupa, por cuanto también narra las últimas andanzas de un viejo pistolero que sólo busca acabar sus días con algo de dignidad. El primero en interesarse por el libreto fue Francis Ford Coppola, que pensó en Gene Hackman para interpretarlo, pero por una razón u otra fue retrasándolo hasta que expiró su opción de compra.
Eso ocurrió en 1983, tras el rodaje de ‘Impacto súbito’ (‘Sudden Impact’, Clint Eastwood, 1983), cuando el famoso actor, aconsejado por Sonia Chernus —guionista del mejor western de Eastwood, ‘El fuera de la ley’ (‘The Outlaw Josey Wales’, 1976)—, se fijó en el mismo y enseguida se dio cuenta de que era lo que siempre había estado buscando. Pero en lugar de ponerse rápidamente a filmarlo, hizo algo que muy pocos se atreven a hacer por voluntad propia: esperar durante casi diez años a tener la edad adecuada para interpretar a William Munny. De esta forma el proyecto maduró en la cabeza de Eastwood, e incluso dirigió otro western en el proceso de espera, ‘El jinete pálido’ (‘Pale Rider’, 1985).
La historia nos presenta a William Munny, un antiguo pistolero que ahora vive con sus dos hijos pequeños alejado de todo mal, aunque en condiciones precarias. La relación con su mujer Claudia, fallecida a la temprana edad de 29 años, hizo que Munny se apartase del mal camino que llevaba convirtiéndose en un hombre de bien. Pero la leyenda hace que alguien siempre esté interesado en rescatarla del olvido. Munny recibe la visita de un joven atrevido, Schofield Kid, que quiere pedirle ayuda para matar a dos hombres que rajaron la cara a una prostituta y no recibieron castigo por ello. La recompensa de 1.000 dólares que hay convence a Munny de volver a las andadas, aunque las cosas ya no son tan fáciles como entonces. Con Schofield y un antiguo socio, Ned Logan, partirán a implantar ¿justicia?
Uno de los últimos rótulos de ‘Sin perdón’ es un conciso “dedicated to Sergio and Don”. Evidentemente se refiere a Sergio Leone, con quien hizo la mítica trilogía del dólar, y Don Siegel, con quien hizo cinco películas —si contamos la ópera prima de Eastwood, seis—, y de quien aprendió prácticamente todo lo que sabe de dirección. Estos dos autores navegan por las imágenes del film, pero menos de lo esperado. Nombres como John Ford —la contenida lírica del relato—, Sam Peckinpah —el héroe crepuscular condenado a un fatal destino—, John Huston —el perdedor—, o William A. Wellman —una vez más ‘Incidente en Ox-Bow’ (‘The Ox-Bow Incident’, 1943) se vislumbra en su obra— están más presentes que los dos antes mencionados, pero dichas influencias están asimiladas como debe ser. Insertadas inteligentemente en la historia no ahogan ni por un instante el estilo de Eastwood, fusión de clasicismo y modernidad que ningún otro director posee en la actualidad.
‘Sin perdón’ parece una continuación de los temas planteados por el propio Eastwood dentro del género del western, de Ford que en los años 60 nos ofreció su visión crepuscular del género con la imprescindible ‘El hombre que mató a Liberty Valance’ (‘The Man Who Shot Liberty Valance’, 1962), y de Peckinpah, que con su mirada violenta descompuso la épica de un mundo en extinción, el de los viejos pistoleros que deben adaptarse a los nuevos tiempos. William Munny, a quien Eastwood arrastra literalmente por el suelo infinidad de veces, o le hace caer de su caballo, bien podría ser una extensión de Josey Wales, con quien termina de emparejarlo tras el enfrentamiento final en el bar. El biógrafo le pregunta cómo eligió el orden para matar a los cinco hombres que se enfrentaban a él. La respuesta de Munny es una evolución lógica a la respuesta que da Wales en ‘El fuera de la ley’ en una situación parecida.
La figura del biógrafo remite directamente al citado film de John Ford, en el que la leyenda quedaba más bonita que la realidad. W.W. Beauchamp (Saul Rubinek) también busca la leyenda en la historias, por lo que éstas son recordadas, pero su periplo le llevará hasta el mismísimo centro de la realidad, comprobando que ésta es mucho más cruel y triste que todo lo ya no escrito, sino imaginado. Será testigo directo del último acto horrendo de William Munny, el asesino de mujeres y niños, cuya transformación en el relato sigue una lógica interna. Tras once años apartado del alcohol, el principal motivo de su pasado violento, las armas o los caballos —en el film monta una yegua—, volverá a ser el que era antaño cuando le comuniquen la muerte de su amigo Ned y coja una botella de whisky de la que se pondrá a beber.
‘Sin perdón’ tiene un estructura casi circular, adornada con la historia paralela de Bob el inglés —sensacional y divertido Richard Harris—, un pistolero que ha acudido al pueblo atraído por la recompensa. Su enfrentamiento con Little Bill Daggett, el sheriff del pueblo, no sólo es un anticipo de lo que le espera a Munny y sus amigos, sino que sirve para vestir el personaje de Daggett, uno de los antagonistas más fascinantes que haya dado el cine en los últimos años. Gene Hackman, que se llevó un merecido Oscar por su interpretación, logra crear un personaje con múltiples aristas que va más allá de ser el típico villano de la función. Daggett es un hombre con un peculiar sentido de la justicia, y puede resultar tan temible —la paliza delante de todo el pueblo a Bob el inglés— como encantador por torpe —la penosa construcción de su casa—. Un rival a la altura de la leyenda de William Munny.
También nos habla de Ned Logan, quizá el único personaje positivo en un relato donde los buenos no son tan buenos ni los malos tan malos. Morgan Freeman, en su primera colaboración con Eastwood, transmite esa humanidad típica en muchos de sus personajes. Un hombre que ayuda a su amigo, pero llegado el momento de la verdad no puede disparar contra un hombre porque realmente él ya se ha reformado, ha dejado atrás de verdad su pasado violento. Schofiled Kid —un convincente Jaimz Woolvett— refleja la juventud, el ímpetu, la fanfarronería, tal vez lo que Logan y Munny fueron en sus tiempos jóvenes. El chico ayudará a Munny hasta que descubre por sí mismo que matar a un hombre puede ser algo fácil de hacer, pero muy duro de asimilar.
Hasta el clímax final, Eastwood alterna paisajes abiertos con escenas de una oscuridad casi extrema, en la que apenas pueden verse los rostros de los personajes. Poco a poco, las tinieblas van ganando a la luz en una historia cuyo clímax parece desarrollarse en el mismísimo infierno, fotografiado por un Jack N. Green en plena forma. En la famosa escena del bar, Munny aparecerá cual figura fantasmal, para llevar a cabo su venganza personal y demostrará la eficacia de la historia que instantes antes Daggett ha contado al biógrafo: un hombre tranquilo es el más peligroso en un tiroteo. La fotografía es más tenebrista que nunca, y Munny, que sabe que se verá con Daggett en el infierno, desaparece en medio de la lluvia no sin antes lanzar una advertencia de muerte y destrucción.
‘Sin perdón’ está delimitada por dos planos al más puro estilo John Ford —como si, a modo de homenaje, todo lo narrado por Eastwood no sobrepasase al más grande director de westerns que ha habido—. Un texto nos indica el pasado de Munny, y cómo una mujer le cambió la vida. Dicha mujer se llamaba Claudia, y su madre, que viajará hasta el último lugar de descanso de su hija, jamás llegará a entender por qué su única hija se casó con un hombre tan violento. Nadie conoce la verdadera cara de William Munny, sólo Claudia —pocas veces un personaje que no aparece físicamente en una película tuvo tanta presencia en una historia—, y el espectador.
Conclusión y curiosidad
Una obra maestra ya no sólo del western, sino del cine en general. Un Eastwood introspectivo que hizo las delicias de los críticos europeos, mientras que en Estados Unidos tenía un gran éxito de público y se alzaba como la vencedora en los Oscars entregados en 1993, siendo el tercer western en toda la historia que conseguía el premio a la mejor película, tras ‘Cimarrón’ (id, Wesley Ruggles, 1931) y ‘Balando con lobos’ (‘Dances with Wolves’, Kevin Costner, 1990).
El bello tema a guitarra que puede oírse a lo largo del film, ‘Claudia´s Theme’, fue compuesto por el propio Clint Eastwood. Está interpretado por Laurindo Almeida, excelente músico brasileño que colaboró en film de William A. Wellman —‘Good-bye, my Lady’ (id, 1956)— o Sam Peckinpah —‘Compañeros mortales’ (‘The Deadly Companions’, 1961)—, y contiene arreglos de Lennie Nieahus(3)
El western y Clint Eastwood
Hoy en día ya nadie hace westerns, o por lo menos, ya nadie hace westerns interesantes. Sin perdón quedó tan bien hecha y fue tal su éxito, que el propio Eastwood afirmó que si algún día fuera hacer un último western, este le parecería una buena elección. Y es que en la actualidad, y voy a ser breve, que no me quiero perder por las ramas, tras el punto final al género que significó el descalabro de La puerta del cielo (Heaven's Gate, 1980) de Michael Cimino, ya nadie ha sabido dotar de suficiente entereza al western para que este reavivara de un modo firme y serio -evidentemente Clint Eastwood es el único que ha sabido llevar una continuidad del género, pese al poco número de westerns, cuatro, que ha realizado-. Los intentos de gente cómo Lawrence Kasdan (Silverado / ídem, 1985 y Wyatt Earp / ídem, 1994), Walter Hill (Jerónimo / ídem, 1993 y Wild Bill / ídem, 1995) o Geoff Murphy (Intrépidos forajidos / Young Guns II, 1990 y El último forajido / The Last Outlaw, 1994), de revitalizar el género, pese a su marcada simpatía, me parece intentos en vano, y por lo general, flojas películas de carácter anecdótico. Más interesantes, por ejemplo, se presentan obras puntuales de cineastas tan diferentes cómo pueden ser Mario Van Peebles con su Renegados (Posse, 1993), Sam Raimi con su Rápida y mortal (The Quick and the Dead, 1995), Ang Lee con su Cabalga con el diablo (Ride with the Devil, 2000) o Michael Winterbottom con su El perdón (The Claim, 2001). Siendo este el panorama cinematográfico del western contemporáneo no me extraña que una obra tan cansina como Bailando con lobos (Dancing with Wolves, 1990. Kevin Costner) (cuya versión extendida es prácticamente imposible ver toda seguida) se alzara con todos los honores de su año, por encima de películas infinitamente mejores que ella cómo Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990) de Martin Scorsese o El Padrino III (The Godfather. Part III, 1990) de Francis Ford Coppola. Algo parecido le ocurriría dos años después a Eastwood y su Sin perdón al conseguir 4 estatuillas en los óscars del 92, sin embargo comparar el film de Eastwood con el de Costner, se me antoja totalmente ridículo, y ya no por las diferencias artísticas habidas en los dos films, si no por la trayectoria de uno y otro en su relación con el western.
Cuando Eastwood decidió enfundarse el traje de director al realizar Escalofrío en la noche (Play Misty for Me, 1971), él era conocido básicamente por dos vertientes cinematográficas: su faceta de cowboy y su faceta policíaca. Si bien, esta ambivalencia le ha servido siempre para conciliarse con el público comercial tras realizar proyectos más personales, cómo puede ser el hecho de realizar Licencia para matar (The Eiger Sacntion, 1975) justo después de Primavera en otoño (Breezy, 1973), Impacto súbito (Sudden Impact, 1983) después de El aventurero de medianoche (The Honky-Tonk Man, 1982), El principiante (The Rookie, 1990) después de Cazador blanco, corazón negro (White Hunter, Black Herat, 1990) o Ejecución inminente (True Crime, 1999) después de Medianoche en el jardín del bien y del mal (Midnight in the Garden of Good and Evil, 1995). Sin embargo, de ambas vertientes, la que ha salido mejor favorecido en cuanto a contenido artístico se refiere, es la del western.
Siendo Eastwood un hijo pródigo de dos realizadores cómo Sergio Leone y Donald Siegel, a uno no le deja de sorprender que en sus cuatro westerns realizados -Infierno de cobardes (High Plains Drifter, 1972), El fuera de la ley (The Outlaw Josey Wales, 1976), El jinete pálido (The Pale Rider, 1985) y Sin perdón- la huella que más se note en ellos, se la del maestro John Ford, y, en menor medida, la de Sam Peckimpah, y sí, Donald Siegel. Los cuatro westerns de Eastwood, rodados siempre con una mirada clásica que llega a ser desbordante en Sin perdón, mantienen un lujoso equilibrio entre narración y entramado dramático, lo suficientemente dinámico cómo para mantener siempre en vilo al espectador, haciendo que sirva de partícipe del film y nunca cómo juez del mismo. Los protagonistas de sus westerns son hombres abocados a la violencia, fantasmas resurgidos de la tierra para vengarse de los que le humillaron, forajidos con un áurea mística nacida del dolor y el horror por contemplar a tu familia violada y asesinada, ángeles de un cielo sin leyes que socorren a los necesitados, en definitiva, muertos vivientes de rostro enjuto, que arrastran tras de sí un carromato de cadáveres fruto de sus múltiples encuentros con pobres desdichados que se creyeron más rápidos y más listos.
No deja de ser curioso tampoco, los métodos expeditivos con los que los protagonistas eastwoodianos acaban con sus enemigos, y es que tal y cómo hiciera el protagonista de Centauros del desierto (The Searchers, 1956. John Ford), matando hombres por la espalda y disparando a los ojos a indios muertos, el cuadrado formado por "el extranjero", Josey Wales, "el predicador" y Will Munny, dentro de su épica de supervivencia se sirven de la violencia más bruta, desde a humillar a todo un poblado -no deja de ser totalmente extravagante el hecho de que el protagonista de Infierno de cobardes viole a una mujer del pueblo- a arrasar la taberna de Big Whiskey, rematando a cada uno de los cuerpos heridos... y es que al igual que el protagonista de Poder absoluto (Absolut Power, 1997), a las figuras del western eastwoodiano "ya no les queda piedad".
Por un puñado de cortes
Una de las sensaciones que más calan al espectador que visualiza Sin perdón es el de la total falta de épica de la historia narrada. Si Sam Peckimpah había mostrado el crepúsculo del western en un grupo de hombres perdidos y aislados cuyo único motor de supervivencia es la violencia que arrastraban consigo y John Ford había jugado la última y más duras de las bazas al desmitificar la leyenda del etéreo cowboy, Eastwood, no exento de tristeza, rueda su último western desde el estigma más hondo. Su Will Munny es un asesino de mujeres y niños, un borracho que pegaba y maldecía a los animales, cuya última aventura, por si no fuera bastante, acaba por destrozarlo definitivamente, siendo el motor de la misma, unos cortes realizados por un par de jóvenes a una prostituta que se había reído al ver el minísculo pene de uno de ellos.
El despropósito de muertes y flagelaciones que conlleva dicha acción, está encadenada a los estúpidos actos de los protagonistas: un sheriff que se niega a castigar a los culpables, las prostitutas que creen que se debe pagar con la muerte tal ofensa, un joven bravucón que sólo piensa en la recompensa, y un par, casi de ancianos expistoleros, incapaces de subirse al caballo o de disparar ya a otra persona, aceptando un trabajo carente de toda épica, un vil asesinato a dos jóvenes, que al margen del acto brutal que abre el film, se presentan cómo gente de a pie, trabajadora e, incluso, arrepentida.
Los malos del western crepuscular ya no son las figuras pétreas que desafiaban a los granjeros en Raíces profundas (Shane, 1953), El forastero (The Westerner, 1940. William Wyler) o El jinete pálido, los ladrones, ya no son simpaticos Billy "The Kid", Jesse James, Butch Cassidy y Sundance Hill, no hay polos extremos, sólo una mixtura de caracteres que hacen que un sheriff cómo Little Bill se exceda en el cumplimiento del deber, tal y cómo habría hecho el sheriff de Río Bravo (ídem, 1959. Howard Hawks) o El dorado (ídem, 1967. Howard Hawks), y que el héroe de la historia no sea más que un asesino venido a menos, cómo el de Centauros del desierto o El grupo salvaje (The Wild Bunch, 1969) de Peckimpah. Quizás el único personaje positivo de Sin perdón sea el Ned Logan interpretado por Morgan Freeman, un hombre que se lanza a la aventura cómo algo excitante, una manera de recordar viejos tiempos, por oscuros que sean estos. Las exageraciones de Will Munny explicándole lo que le habían hecho los jóvenes con la prostituta, reflejan la sed de Munny por lanzarse a una caza cómo un buscador de recompensa más, sin importarle la veracidad de los hechos. Logan se deja tentar y para cuando desea retirarse, ya es demasiado tarde. Por su parte, Munny, por duro que le parezca, en el momento en que pide ayuda a su amigo, está labrándose una resurrección de su antiguo yo, convertido en la actualidad en un viejo que no puede ni separar unos cerdos enfermos. En el momento en que le comunican el asesinato de Logan, Munny, abstemio hasta la fecha, coge una botella de whisky y empieza a beber, ya ha llegado al éxtasis de la resurrección: No va a quedar alma en pena viva en Big Whisky.
Eastwood traza su film con una planificación majestuosa, juega con la leyenda y la realidad bajo los personajes cínicos y mentirosos de Bob El Inglés y Little Bill, retrata la muerte del significado del cowboy al abocarlo a una aventura tan estúpida cómo suicida, y todo, con un devenir de planos sin movimiento y un uso del montaje deslumbrante. Eastwood no es que ruede como Ford, es que en Sin perdón, prácticamente se convierte en John Ford.
¡Que diría Leone si levantara la cabeza!.(4)
CITAS:
1.- http://www.rosariocine.com.ar/Los-Imperdonables_2239
2.- http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article1147.html
3.- http://www.blogdecine.com/criticas/clint-eastwood-sin-perdon
4.- http://www.miradas.net/0204/estudios/2002/11_ceastwood/sin_perdon.html